AUTISMO, DEL SEÑALAMIENTO A LA ACEPTACIÓN




Cada persona es única, cada persona presenta rasgos de personalidad, carácter y temperamento, así como capacidades intelectuales y talentos únicos; esto es aceptado por todo el mundo, aparentemente sin mayores problemas, siempre y cuando el otro cumpla con ciertos estándares de comportamiento y normalidad que no incomoden a los demás.

Es justo en este punto donde aparecen las personas con discapacidad para romper el equilibrio, para interrumpir el normal desarrollo de la cotidianidad de las personas con las que se encuentran. Discapacidades podemos encontrar físicas y cognitivas, algunas notorias y otras no, y es allí, dentro de las discapacidades que no son notorias donde nos encontramos con el autismo, un trastorno agudo del desarrollo que afecta la capacidad de comunicarse, de interactuar y, sobre todo, de percibir el mundo.

Existen una infinidad de síntomas en el autismo, la falta de contacto visual, la dificultad de comunicarse, los movimientos repetitivos como aletear las manos o mecerse de un lado al otro, la repetición de palabras o sonidos aparentemente sin sentido, la incapacidad, en muchos casos, de tener contacto físico con los demás, la falta de empatía con las personas, la aparente ausencia de dolor físico, la obsesión respecto a ciertos objetos o colores y la falta de comprensión de los parámetros sociales.

Todas estas situaciones se suman a la aparente normalidad física de las personas con autismo, es decir, que cuando los vemos difícilmente notamos que puedan tener algún tipo de discapacidad, pues se hace evidente en el momento en el que los vemos actuar. Es por esta razón que muchas personas, en medio del desconocimiento, hacen juicios radicales sobre la forma de actuar de una persona con autismo y la descalifican de inmediato, normalmente generando comentarios negativos sobre su desobediencia, rebeldía, imprudencia, etc.

Es una tendencia dentro de la población desconocedora de la condición que se señale duramente a la persona discapacitada y sobre todo a sus padres. Las familias con niños autistas se enfrentan a diario a la vergüenza de los reproches, las miradas, las palabras entrometidas e imprudentes, las descalificaciones y los rechazos. Es parte de la cotidianidad que a un niño o incluso adulto con autismo lo retiren de un lugar o lo avergüencen con su familia por causa de sus ruidos o de su actuar que sale de lo promedio y que incomoda a quienes no pueden entender que hay personas diferentes.

Es urgente generar conciencia dentro de nuestra población de que existen personas que tienen la facultad de ver el mundo diferente, de percibir el mundo diferente, de ser diferentes. Poder oír todos los sonidos al tiempo, poder recordar cada momento con una persona al ver su rostro, poder recordar siempre un número, poder jamás olvidar como llegar a un lugar o poder observar detalles que cualquier otro pasaría por alto, son algunas de las virtudes increíbles que podemos ver en una persona con autismo, pero que se ven opacadas por sus debilidades sociales.

Si nuestra cultura no fuera tan egoísta y pensáramos un poco más en las necesidades del otro, estaríamos más dispuestos a buscar la comodidad de aquel al que simplemente no comprende nuestros paradigmas sociales y no en exigirle que se esfuerce por darnos comodidad a nosotros.

El esfuerzo por tratar de conocer, entender y tolerar las diferencias en una persona con discapacidad, tal vez podría facilitarle un apoco más la vida a quienes viven con el autismo y sus familias. Busquemos hacerles las cosas más fáciles, brindarles momentos de comodidad, así nunca recibamos un gracias por respuesta, así nunca nos den un abrazo o nos feliciten por nuestro esfuerzo, sus corazones estarán felices y nuestras conciencias también, y aportaremos un poco a tener una sociedad donde realmente se respete al otro por ser persona y no por cumplir unas expectativas sociales.

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